sábado, julio 29, 2017

Eduardo Martínez Rodríguez: desde Cuba: El verdadero poder en Cuba


Tomado de https://primaveradigital.org

El verdadero poder

Por Eduardo Martínez Rodríguez:
25 Julio, 2017

El Cerro, La Habana, Emaro (PD) El pueblo cubano desea, quiere y reclama silenciosamente cambios que nos saquen de esta inercia pegajosa donde la pobreza parece plastilina o raspadura floja que se amelcocha insistente en nuestras manos.

Es silenciosamente porque no tenemos acceso a los medios de comunicación, aunque muchos tenemos deseos de gritar algunas verdades.

El pueblo de a pie, que es el noventa por ciento de la población, los trabajadores manuales e intelectuales, los empleados de servicio en cualesquiera de sus variantes, los técnicos incluyendo los ingenieros y arquitectos en labores afines a sus especialidades, etc., no tenemos voz, ni voto, no ostentamos realmente la posesión de los medios de trabajo, los recursos técnicos y tecnológicos. Solo tenemos para entregar nuestra fuerza laboral, nuestro esfuerzo y sacrificio. Punto. Generalmente se nos trata como otra maquinaria más, dispensable e intercambiable, cuando no sirve, se trueca por otra no defectuosa o se desecha, se aparta.

La otra parte de la población también trata de implementar los cambios necesarios de que hablara Fidel, y que Raúl sabe que son importantísimos para salvar al sistema.

Una vez, Raúl Castro dijo: “No podemos continuar tambaleándonos por el borde del abismo. O cambiamos o perecemos”.

En la generación de los octogenarios que lideraba el obstinado Fidel Castro, también se incluyen los septuagenarios tardíos, pero todos ellos no llegan ni siquiera al uno por ciento de la población total de nuestro país. Ellos son la superestructura, los líderes históricos, las figuras visibles que parecen mandar, pero no es así.

Entre esta capa de viejos y dirigentes que van desapareciendo rápidamente y la inmensa clase trabajadora, existe otra capa de poderosos y adinerados que detentan el verdadero poder dentro de esta nación, aunque por el momento mantienen un perfil bajo.

Por debajo de los veteranos, quienes apenas pueden con sus cuerpos, se mueve imperceptible un grupo relativamente numeroso de personas que comienzan desde los cargos de ministros hasta los funcionarios encargados de ejecutar sus órdenes y directivas, pasando por los jefes militares que controlan al ejército y a los cuerpos represivos del Ministerio del Interior. Estos son los señores que realmente generan las altas decisiones, los que tienen el poder y manejan la nación tras bambalinas.

Los ancianos gobernantes generan un poco de pena por sus ya muy disminuidas capacidades y real potencialidad de gestión. Deberían estar en sus casas disfrutando de un buen descanso, alejados de la vida pública, pero se mantienen aparentemente al mando, cuando no son más que un triste espejismo de poder.

El verdadero poder está en manos de los generales mucho más jóvenes quienes dirigen regimientos y batallones de soldados armados y bien entrenados; los generales del Ministerio del Interior, quienes manejan la Seguridad del Estado, la policía, y otros cuerpos de confrontación de los muy posibles e inminentes levantamientos callejeros que se pueden producir en cualquier momento; los generales y coroneles que dirigen las corporaciones y empresas donde se realizan grandes inversiones de capital nacional e internacional en esferas productivas y de turismo extranjero; los gerentes de empresas mixtas que producen altas cifras de moneda dura; los corporativos del Banco Metropolitano que pertenece y financia al ejército y domina casi todo el movimiento monetario y financiero; los ministros y directores de departamentos en todas las esferas de la vida nacional, quienes disponen y ordenan sus propios reglamentos paralelos a las leyes vagamente delimitadas y elásticas que se imprimen en la Gaceta de Cuba, para lo cual nuestra ineficiente Asamblea Nacional se reúne escasamente un par de veces al año.

Estos señores altamente privilegiados detentan el poder real al decidir qué se puede o no hacer, quienes acceden a alguna parte y qué cambios permitir o no. Deciden quienes se van del país o son encarcelados, dónde se compra y quien va a comprar, quién se escapa o a quien se escarmienta. Es una capa oscura, altamente corrupta y despiadada que lo menos que le importa es el pueblo de abajo o los vejetes de arriba.

Esos señores no quieren y luchan a brazo partido para que nada cambie. Nada. El endeble gobierno de los octogenarios no puede con ellos y las clases de abajo no saben qué hacer, o aparentan no saber.

Si esto cambiara, estos señores que componen esta capa social intermedia, muro de contención inamovible a los cambios, tendrían que dejar sus buenos autos de propiedad estatal, no podrían mantener sus varios coches lujosos privados, perderían sus cuotas especiales de alimentos y combustibles, se verían obligados a devolver sus elegantes y bien mantenidas residencias en zonas congeladas como Siboney, Cubanacán, Atabey, Nuevo Vedado, Aldabó, etc, generalmente construidas en los años cincuenta con el dinero de los millonarios de entonces. No podrían salir al extranjero constantemente a realizar las costosas compras que realiza el estado para mantener a los once millones de parásitos en que dicen nos hemos convertido. No podrían disfrutar de las dulces, múltiples, eficientes y bellas secretarias que disponen por todas partes, no podrían ejercitar ese tan lucrativo tráfico de influencias interno que mueve a la nación y que tanto se parece a la malversación.

Si esto cambiara estos señores ya no tienen casi a donde irse y ya están acostumbrados al buen vivir.

Estos señores son quienes mantienen a este país en este estado de bancarrota permanente gastando y dilapidando el poco efectivo que generamos, mientras engrosan sus cuentas bancarias, ocultas en todo el planeta, a costa del pueblo.

Estos señores, cuando se convenzan que del lado de allá del cambio el universo parece más lucrativo, no dudarán en ejecutar un golpe de estado, no dudarán en desactivar a los octogenarios dirigentes, no dudarán en lanzar las tropas a las calles a masacrar a los contestatarios. Y será peor que en otras partes: en Cuba todos somos soldados.

Serán los nuevos ricos, como ha sucedido ya en tantas otras naciones que ya pasaron por esto, en Europa del Este.

Si lo dudan, pasen revista a cuantos ministros y otros funcionarios han caído en desgracia en los últimos años cuando los octogenarios intentan dar toques de honestidad con lo poco que les resta de mando o prestigio, como le sucedió al corrupto General Acevedo, o al anterior ministro de Educación, que salió al extranjero con cargo al erario público más de setenta veces en apenas dos años. Podría ser una lista muy larga…

En esa capa oscura, sutil y silenciosa, radica el verdadero poder. Ellos son quienes podrían dar un vuelco brusco a nuestra sociedad si así lo considerasen prudente o beneficioso, pues tienen los medios y recursos en sus manos, bajo su mando directo. Tienen mucho dinero y se han acostumbrado al poder ilimitado, buenos pupilos de los gobernantes que ya nos abandonan. Esta mala raza va a conformar a nuestros venideros capitalistas opulentos, crueles y despiadados. Ellos son por el momento quienes garantizan el statu quo, a pesar del clamor de cambio de los de a pie.

eduardom57@nauta.cu; Eduardo Maro